María Esther Abissi
Te
levantas con ese sentimiento que ya has tenido antes, no sabes si es miedo o es
esperanza. Lo sabes, Laura, sabes que esta es tu última oportunidad, si todo
sale mal te espera un avión con salida de madrugada, tres escalas y un bus
hasta el destino final.
Ya
tienes listos los papeles, sellados y apostilladas las notas de la universidad,
pero el día de hoy podría cambiarlo todo. Hace un año te graduaste de ingeniero
industrial ¿recuerdas ese día? Y un año después no has conseguido trabajo.
Todos te dicen que no te preocupes, que todos están iguales: médicos, abogados,
periodistas, ingenieros, nadie consigue trabajo. No eres tú, es “la situación”.
Estas
cansada de “la situación”, pero es la única que conoces. Desde hace 17 años has
visto pasar más de 20 días como estos: la misma tensión, el mismo miedo y al
final, la irremediable desilusión. Recuerda cuando cumpliste 18 años, estabas
esperando como hoy un cambio. Te inscribiste en el Consejo Nacional Electoral,
pensando que tu voto marcaría la diferencia y luego de tres jornadas
electorales en las que has participado sin éxito, comienzas a dudarlo.
Suspiras,
la ansiedad te consume. Recuerdas todas
las veces que has pasado por esto, desde los francotiradores de Puente Llaguno,
los muertos del año pasado, las barricadas, las escapadas de la universidad
donde tragaste gas lacrimógeno; la botella de vinagre al lado de los lápices y
los cuadernos, el terror por las noches, la ansiedad de las mañanas. Es tu
momento, Laura, es tu única opción.
Te
vistes de blanco, igual que las veces anteriores y desayunas en silencio.
Tienes que ir en la mañana, recuerda los mensajes que te enviaron donde decía
que mejor ir temprano porque los rojos tienen algo preparado para hoy. Mejor te
vas de una vez. Llamas a tu hermano, que está que estalla de la emoción; son
sus primeras elecciones, no lo desanimes, espera lo mejor.
Tu
mamá te da la bendición igual que todas las mañanas: “Dios te bendiga hijita”,
se despide y se va a cumplir ella también con aquel derecho que se ha vuelto un
requisito. Ahora, más que votar porque es un derecho, se vota por presión
social, porque si no votas traicionas a tu patria, aunque dudas en el fondo si
realmente sirve para algo.
Sales de tu casa y ves a la gente electrificada, enérgica y esperas que todo valga la pena. Caminas una, dos, siete cuadras y sales a la avenida principal. Parece un domingo normal, no hay mucha gente y esperas que no venga ningún motorizado, comienzas a caminar. Respira, Laura, has repetido el proceso en tu cabeza más veces de las que puedes contar: Abajo, a la izquierda, en la esquina, Mesa de la Unidad Democrática, la de la manito, marcar todos, voto lista, Votar. Por un momento llegan a tu mente todos los mensajes que te han pasado, todos los mitos y los rumores; intenta sacarlos de tu cabeza, Laura, sabes que no sirven de nada.
Caminas
veinte minutos por la parroquia Raúl Leoni, una hazaña que ni se te ocurriría
en un día normal, pero hoy es un día completamente atípico. Llegas al
preescolar “Los Angelitos”, ves la fila y te unes al resto de los 4109
electores de tu centro electoral. Espera, Laura, que la espera valdrá la pena.
Ves
al Plan República, los militares enchufados caminando con sus pesadas botas a
lo largo de la fila, amedrentando. Pasan los aviones militares por el cielo, tan
bajo que hacen sombra, como todos los años en todos los procesos electorales.
El sonido de sus turbinas retumba en tus oídos, Laura, pero estás tranquila.
Los
minutos se vuelven horas y mientras pasan tú piensas ¿Por qué estás aquí Laura?
No hay que forzarlo, los motivos hablan por sí solos. Estás aquí por la
depresión de tu padre, a quién no le quedó otra opción que quedarse trabajando
para el régimen y cuyos nervios se desasieron por completo mientras espera ver
al gobierno algún día caer.
Estas
haciendo esta cola porque el resto de tu familia se fue de tu país y la mitad
de tus amigos, también porque quieres que a tu mamá le alcance el salario para
comprar algo más que el pan y el queso de la semana y porque quieres poder
cumplir tus sueños antes de que vuelen las próximas balas. Estas votando porque
no quieres hacer filas de cinco horas para comprar un litro de leche, ni tener
que comprarle a un revendedor los pañales de tu abuela; porque solo se
consiguen en el mercado negro. Podrías estar pensando todo el día Laura, pero
sin darte cuenta ya tienes una hora esperando y es tu turno de votar.
Te
das cuenta, ya te toca. El militar con cara de perro te mira de arriba abajo y
te hace pasar a donde te corresponde, mira a tu alrededor, Laura, llegó tu
momento. Pasas por la capta huella y te indican que efectivamente votas en este
centro y en aquella mesa, pasas a la máquina. Firmas, pones tus huellas. Estas
nerviosa Laura, te tiemblan las manos. Respiras. Recuérdalo, te lo repetiste y
te sabes la canción: Abajo, a la izquierda, en la esquina, Mesa de la Unidad
Democrática, la de la manito. La adrenalina corre por tus venas y sonríes.
Marcar todos, Voto lista. Presionas votar y sale la papeleta: “Mesa de la
Unidad Democrática”, sale impreso. Mojas el dedo en la indiscutible tinta
indeleble que delata tu derecho. Sales y pides a Dios que valga la pena
<<Por favor, esta vez tiene que valer la pena>>.
Sales
esperanzada, con el corazón en la mano. Caminas veinte minutos de regreso
nuevamente y miras la ciudad con otros ojos. Recuerdas las elecciones
presidenciales pasadas, ese sentimiento y esa tristeza, el 1.49% que te robó el
futuro, las municipales del 2014, que te quitaron tu ciudad, las tres del 2010
que se llevaron a tu familia y esto te hace desesperar por un momento.
Tranquila, Laura, ten paciencia.
Llegas
a la calle 69B, donde está tu casa y esperas como todos, como los 30 millones
de personas más que esperan que de esto salga algo bueno. En tus 22 años solo
has conocido una realidad y es esta, ¿Dónde está ese país boyante del que todos
hablan? Te preguntas, aquella que tenía el caballo en Vuelvancaras en el
escudo, la que tenía el nombre más corto, esperas verlo algún día, ¿no es así?
No estás tan segura.
Pasan
las horas, una, cuatro, cinco, siete y mientras tanto, la ansiedad te carcome a
ti y a todos los demás. Te dicen que hay tanquetas en la avenida El Milagro, te
pasan videos de jóvenes peleando porque no los dejan votar, casos de votantes
que aparentemente alguien más voto por ellos, militares en las calles y
mientras tanto el balcón del Consejo Nacional Electoral sigue solo, vacío; no
saldrá nadie en horas.
Son
las 12:30 de la madrugada y sigues en vela, dando vueltas por la casa. La
paciencia se agotó hace horas. Sigues con el televisor sintonizado en el mismo
canal de las veces anteriores. Estas sentada en la misma cama, escuchando una y
otra vez los comentarios de los periodistas que se esfuerzan por mantenerse al
aire sin nada importante que decir. De pronto, escuchas esa narración tan
esperada, a la que estás acostumbrada: “Esta es una transmisión del Ministerio
del Poder Popular para la comunicación de la información y la red nacional de
radio y televisión” Aparece el mismo balcón blanco de siempre, la misma rectora
del CNE de siempre, bajando las escaleras con esa sonrisa que conoces y que
sabes que no trae buenos augurios. Tranquila, Laura, no te desesperes, aún no
es el momento. Recuerdas todo, recuerdas como llegaste hasta aquí y como ahora,
el mismo sentimiento de tristeza, rabia, decepción y resignación te acompaña
como todas las veces anteriores. “El avión me espera, esta era la última
oportunidad” piensas.
Empieza
a hablar Tibisay Lucena: 112 diputados para la Unidad, 55 del Partido
Socialista Unido de Venezuela. Escuchaste bien, Laura, no es un sueño. Estas
despierta, esto es real. ¿Ganamos? Te preguntas, ¿Ganamos? No lo entiendes.
¿Dónde está la trampa? Algo tiene que estar mal. ¿Ganamos? Te vuelves a
preguntar. Sales de tu cuarto, confundida y ves a tu padre con esa sonrisa que
no veías en meses, con esperanza en los ojos, lo ves radiante. ¡Ganamos! Te afirma
mientras te abraza, ¡Ganamos!
Lo
miras, ves a luz en sus ojos y te preguntas para tus adentros, ¿y ahora? ¿Qué
hace uno cuando gana?