lunes, 2 de noviembre de 2015

El día que Nelson sacó la lengua

Nelson abrió sus ojos aquella mañana. No sabía dónde estaba, quien era ni como se llamaba y tampoco sabía por qué no podía moverse.
Tantas cosas pasaban por su mente; ideas que parecían muy cuerdas y otras, no tanto. Las ideas se formaban alrededor de una pregunta: “¿Qué me está pasando?” Pero nadie podía contestarle, no podía preguntar nada a nadie.

No lo recordaba, pero días antes un fuerte dolor en la costilla casi le cuesta la vida. Sus pulmones, luchaban por inhalar el 20% de aire que les cabía; cuando el liquido y luego el pus habían hecho estragos en su organismo, llenando vorazmente el espacio que le correspondía al oxígeno. Ahora estaba en aquel lugar desconocido y lo único que si sabía era que no podía moverse.
Tampoco había vivido nunca nada igual. No era común que se enfermara; uno que otro resfrío en el invierno y a pesar de que fumaba, sus pulmones siempre habían estado sanos, hasta ahora.

Desde hacía semanas, Nelson había estado asistiendo al EBAIS de Santa Bárbara de Heredia con algo que había comenzado como una gripe, pero que ahora el dolor se extendía por todo su pecho. En una de sus diez visitas al EBAIS, a algún médico se le ocurrió que lo que tenía era una osteocondritis, una enfermedad que no produce nada más que dolor en el cuerpo y que debe ser tratada con poderosos analgésicos.

Nelson temía ser uno más dentro de la lista de casos de mal diagnostico del sistema de salud costarricense, sin embargo; sus dolores habían cedido, producto de los analgésicos que en sus visitas le suministraba el EBAIS de Santa Bárbara de Heredia, sin tan siquiera mirar su historia médica. “Allá viene el osteocondritico”, “Tómese otro Tramal y vayase a su casa”. En una de sus diez visitas, una enfermera se le acercó y le aseguró que “si seguía respirando así, menos lo iban a atender”. Desde ese momento, empezó a formar parte del 7,3% de casos registrados por mal diagnóstico en los organismos públicos de salud de Costa Rica.
Lo que todo el grupo de enfermeras y médicos ignoraba, es que detrás de la respiración acelerada de Nelson se escondía una neumonía infectada y convertida en un empiema. De 1557 casos registrados, Nelson era el caso 1558 de la mayor causa de muertes por infecciones en el país.

Una mañana, Vanessa, el amor de bachillerato de Nelson y ahora su esposa, le pidió que por favor se fueran al hospital, en donde lo recibieron y donde también alguien que decidió salvarle la vida, ignoró el diagnostico osteocondritico y ordenó una radiografía.
Un mal diagnóstico complicó la vida de Nelson y un shock séptico impidió que éste se diera cuenta que estaba entre la vida y la muerte.
Era la primera vez que Vanessa veía al amor de su vida tan vulnerable, sobre la cama de aquel hospital; y se preguntaba si en algún momento saldrían airosos de la terrible pesadilla.
Los premios de publicidad internacional que había ganado y los días como profesor universitario, la carrera exitosa como publicista que había cultivado toda su vida había terminado. A los 55 años, Nelson sabía que hasta allí le habían prestado la vida.
Vanessa oraba pegada a una cama del hospital de Heredia y veía como un ventilador inflaba y desinflaba a lo que una vez había sido su esposo. Luego del shock, los médicos habían ordenado un coma inducido de cinco días; pero al quinto día cuando todo el medicamento que inducía la inconsciencia se había consumido, el cuerpo de Nelson decidió no despertarse, tirando la esperanza y a ratos la fe por la borda.
Una nube de terror y dudas se posaba sobre la cama de hospital de Nelson y un día, de la forma más impredecible abrió los ojos, sin poderlos mover a ningún lado.
A ratos, miraba al único lugar que le permitían sus ojos; el techo, y alucinaba tratando de descifrar el misterio en el que se encontraba envuelto. – “Estoy en una habitación a gravedad -7, por eso no puedo mover los brazos, me pesan demasiado” pensaba para sí mismo. Otro día pensó que estaba secuestrado y no entendía por qué no lo sacaban sus hijos de allí, si podían llegar a verlo ¿por qué no lo liberaban de aquel secuestro?
Conforme los momentos de lucidez cobraban vida, luchaba por manejar su cuerpo, sin entender aún lo que le estaba pasando.
Una mañana, luego de uno de los movimientos que le hacían los enfermeros cada dos horas, Nelson decidió que quería cambiar su mano de posición pero luego de horas de agonía, de sufrimiento y sobretodo de frustración, decidió objetivamente que iba a dejar su mano tal y como estaba, porque su mano era más poderosa que su voluntad.
Nelson se estaba rindiendo, se estaba entregando.
Sufría no poder comunicarse, padecía por no comprender que le pasaba. Vanessa, observando el terror en sus ojos le preguntó – “¿Tienes miedo?” Nelson, abrió sus ojos lo más que pudo, la única parte de su cuerpo que parecía estar viva, tratando de hacerle ver que no entendía nada.
Entonces, los médicos del mismo sistema de salud que lo habían condenado en aquella cama ignorando todos los síntomas, luchaban ahora por explicarle que luego del coma, estuvo inconsciente por siete días más produciendo amonio, una sustancia que produjo su cuerpo como un mecanismo de defensa, paralizándolo por completo.
Conforme su cuerpo reaccionaba, sus dolores también despertaban. En la habitación en la que se encontraba, se encontraban otros muchos pacientes; muchos entraban y salían y otros, entraban y lo último que veían al igual que Nelson era el techo de aquella habitación.
Un día, comenzó a oír una voz muy lejana entre la inconsciencia que le decía que sacara la lengua, “Nelson, saca la lengua. ¿Puedes sacar la lengua?” le repetía. No entendía por qué la voz le repetía que moviera aquel músculo, para el que se necesita que todos los músculos de la cara se muevan también y que además, es sinónimo neurológico de recuperación. “Nelson, saca la lengua”, la voz de Vanessa ahora sonaba más clara.

Con todas sus fuerzas, abrió la boca y la punta de su lengua se asomó entre sus labios.






María Esther Abissi.