Apenas
comencé a leer Caracas sin Agua, se vinieron a mi mente dos palabras: “Pérez
Jiménez”. El gran dictador.
Durante
las dos dictaduras de Pérez Jiménez el pueblo venezolano actuaba exactamente
igual a como relata García Márquez en el relato y me pregunto si esto ha cambiado alguna vez.
Las
calles desoladas, la gente echando gasolina e ignorando la realidad: Caracas
estaba quedándose sin agua.
Tal
vez, desde un punto de vista estrictamente personal, esta crónica no habla más
que de la realidad de los pueblos acostumbrados a los gobiernos patriarcales,
por ejemplo; la señora que regaba las flores del jardín porque pensaba que en
algún momento, el gobierno le tenía que solucionar.
Por
nombrar algunos hechos, la gente haciendo fila ordenadamente ante una
restricción improvisada, los periódicos auto silenciados a sus cuatro pobres
páginas, y las radios fuera del aire, emitiendo nada más que estática.
Caracas
sin agua relata vivamente la idiosincrasia del venezolano, una forma de pensar
que lo sigue acompañando aún hoy, 57
años después.
La
crisis del agua, fue una de las cuatro crisis que sacaron del poder a Carlos Andrés
Pérez, un corrupto y dictador presidente; a quien a pesar de sus errores, los
venezolanos exaltan por sus obras estupendas.
Parece,
que exaltar dictadores después de muertos es algo que no se olvida.
La crónica narra el agudo y
desesperante momento en el que una Alemán sucumbe ante una de sus necesidades
más básicas: el agua y ante una también básica emoción, la desesperanza.
El alemán no entiende como al señora
sigue regando las matas, tampoco entiende como nadie racionó el agua sabiendo
que escaseaba “mientras haya agua, yo riego mis flores”, mientras sienta
espacio, yo sigo preso en mi jaula.
Sorpresivamente, cuando llega la
ayuda, aparecen como magia camiones cisternas por todos lados; a no sea que se
les tumbe el negocio y como siempre, el tiro les salió por la culata.
La policía incauta camiones
piratas, vendedores clandestinos de
necesidades básicas; quienes encuentran productos donde no hay.
El tema, no es el agua ni el
desabastecimiento, ni tampoco es la gente haciendo cola para comprar dos litros
de jugo racionado; el tema, es la idiosincrasia.
Todavía hoy, las masas escuchan
estudiantes llenos de adrenalina sobre camiones cisternas desmintiendo rumores
y pidiendo que publiquen una verdad sesgada y completamente polarizada en sus
perfiles de Twitter. A la fecha, la gente sigue regando las flores en sus
mentes, esperando que algún avión con agua llegue desde Panamá a salvarlos de
la peste oficialista, leen aún los periódicos de cuatro páginas y escuchan la
estática de las emisoras.
Esta crónica no pierde, ni perderá
nunca su actualidad. Todavía hoy, Caracas continúa sin agua.
María Esther
Abissi Pineda
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Gabriel García Márquez, autor de Caracas sin agua, vivió
en Venezuela entre 1858 y 1859, presenciando durante éste período la caída de
Carlos Andrés Pérez. Allí, es donde crea esta pieza desarrollando así sus
cualidades como cronista. Una crónica exquisitamente escrita, con detalles que
según mi punto de vista, permiten al lector ilustrar en su mente no solo el
escenario sino las emociones del protagonista y su angustioso peregrinar por
una ciudad sin agua.