martes, 29 de septiembre de 2015

Análisis de crónica: Caracas sin agua.

Apenas comencé a leer Caracas sin Agua, se vinieron a mi mente dos palabras: “Pérez Jiménez”. El gran dictador.
Durante las dos dictaduras de Pérez Jiménez el pueblo venezolano actuaba exactamente igual a como relata García Márquez en el relato y me pregunto si  esto ha cambiado alguna vez.
Las calles desoladas, la gente echando gasolina e ignorando la realidad: Caracas estaba quedándose sin agua.
Tal vez, desde un punto de vista estrictamente personal, esta crónica no habla más que de la realidad de los pueblos acostumbrados a los gobiernos patriarcales, por ejemplo; la señora que regaba las flores del jardín porque pensaba que en algún momento, el gobierno le tenía que solucionar.
Por nombrar algunos hechos, la gente haciendo fila ordenadamente ante una restricción improvisada, los periódicos auto silenciados a sus cuatro pobres páginas, y las radios fuera del aire, emitiendo nada más que estática.
Caracas sin agua relata vivamente la idiosincrasia del venezolano, una forma de pensar que lo sigue acompañando aún hoy,  57 años después.
La crisis del agua, fue una de las cuatro crisis que sacaron del poder a Carlos Andrés Pérez, un corrupto y dictador presidente; a quien a pesar de sus errores, los venezolanos exaltan por sus obras estupendas.
Parece, que exaltar dictadores después de muertos es algo que no se olvida.
La crónica narra el agudo y desesperante momento en el que una Alemán sucumbe ante una de sus necesidades más básicas: el agua y ante una también básica emoción, la desesperanza.
El alemán no entiende como al señora sigue regando las matas, tampoco entiende como nadie racionó el agua sabiendo que escaseaba “mientras haya agua, yo riego mis flores”, mientras sienta espacio, yo sigo preso en mi jaula.
Sorpresivamente, cuando llega la ayuda, aparecen como magia camiones cisternas por todos lados; a no sea que se les tumbe el negocio y como siempre, el tiro les salió por la culata.
La policía incauta camiones piratas,  vendedores clandestinos de necesidades básicas; quienes encuentran productos donde no hay.
El tema, no es el agua ni el desabastecimiento, ni tampoco es la gente haciendo cola para comprar dos litros de jugo racionado; el tema, es la idiosincrasia.
Todavía hoy, las masas escuchan estudiantes llenos de adrenalina sobre camiones cisternas desmintiendo rumores y pidiendo que publiquen una verdad sesgada y completamente polarizada en sus perfiles de Twitter. A la fecha, la gente sigue regando las flores en sus mentes, esperando que algún avión con agua llegue desde Panamá a salvarlos de la peste oficialista, leen aún los periódicos de cuatro páginas y escuchan la estática de las emisoras.
Esta crónica no pierde, ni perderá nunca su actualidad. Todavía hoy, Caracas continúa sin agua.

María Esther Abissi Pineda

 


Gabriel García Márquez, autor de Caracas sin agua, vivió en Venezuela entre 1858 y 1859, presenciando durante éste período la caída de Carlos Andrés Pérez. Allí, es donde crea esta pieza desarrollando así sus cualidades como cronista. Una crónica exquisitamente escrita, con detalles que según mi punto de vista, permiten al lector ilustrar en su mente no solo el escenario sino las emociones del protagonista y su angustioso peregrinar por una ciudad sin agua. 

martes, 1 de septiembre de 2015

"¡Qué grande Bolívar! ¡Qué hombre más valiente!

Las palabras se repiten una y otra vez y todos hacemos que no las hemos escuchado antes. Ya sabemos que viene luego; pero en este caso lo mejor es hacerse el sorprendido.

-"¡Qué grande Bolívar! ¡qué hombre más valiente!
-¡Si! ¿Demasiado verdad?
-"¡y al pobre que tan mal que lo trataron!...

De pronto, como sumergido en una nube de recuerdos se queda pensando, se ahoga en los pensamientos que le acompañan todos los días. Los recuerdo que su mente trae una y otra vez, los que su mente le repite y que para él, cada vez que regresan son nuevos; son escenas que aún no ha vivido.

- Bolívar fue un héroe. ¿Sabes quien también fue un gran héroe? ¡Antonio José de Sucre! -
Entre sus recuerdos, aclara con una voz firme: - Nosotros lo queremos mucho, ¡el Gran Mariscal de Ayacucho!, el ayudó mucho a Ecuador. ¡Qué amigo más fiel a Bolívar! y sabes, el fue a visitar a Bolívar a la Gran Colombia y cuando venía de regreso...venía por Berruecos - se interrumpe - y lo mataron al pobre Sucre, no pudo llegar a Ecuador. - admite con pesar.

De nuevo se queda pensando, recordando una vez más la historia; la historia de su país, su propia historia.
Más de una vez se queda ausente, entre el bullicio de la gente se reserva los comentarios; hasta que los recuerdos saltan y todos, le miran atentos; aunque ya conozcan lo que va a decir.

La ternura le inunda la mirada y se repite a sí mismo las mismas historias que guarda para siempre en su mente y sobretodo, en su corazón. Los mismos recuerdos de su familia, de su pasado, de sus nietos; los mejores recuerdos y los más claros, se los devuelven sus ojos una y otra vez, todos los días.

- Yo tenía un amigo venezolano, ¿Cómo era que se llamaba?...¡Peñalosa!..¿Qué será de la vida de mi amigo Peñalosa? Tenía dos chiquitas, ¡Lindas las chiquitas!. Recuerda con nostalgia, como esperando una respuesta; esperando que tal ves, le conociera.

Me asombran sus recuerdos, la claridad de ellos. Me impresionan los detalles y sobretodo, me da curiosidad cómo repite las mismas palabras, los mismos detalles. ¿Fueron esos momentos importantes? ¿fueron esas personas especiales en su vida? ¿qué marcarían esas canciones en su memoria? y ¿por qué las recuerda siempre? ¿son pensamientos al azar que busca en sus registros o tienen un sentimiento especial para él? ¿qué significaron para él? tal ves, me hago demasiadas preguntas.

Debajo de su manta observa pausado, escucha atentamente; a veces con una mirada ausente y de pronto, como si una luz le iluminara vuelve a recordar.

-¡Hay una canción venezolana que me encanta! - lo inunda la claridad de su recuerdo y entona perfectamente una canción que conozco y que jamás pensé que alguien fuera de las fronteras de Venezuela la conociera. Y comienza:

"Yo, nací en una rivera del Arauca vibrador, soy hermano de la espuma...soy hermano de la espuma y del sol...y del sol"- ¡Qué linda canción! ¡me encanta!. Yo, lo escucho detenidamente y finjo no haberlo escuchado antes entonarla. Me pide que la cante, que le recuerde la letra,  aunque para ser sinceros; yo tampoco me la se completa.

Lo observo y pienso ojalá algún día poder recordar como él, los mejores momentos de mi vida, los más felices, los más preciados. ¿Cómo es que dejamos de apreciar los momentos pequeños, si esos serán nuestros más valiosos recuerdos? ¿Cómo es que perdemos la oportunidad de escuchar o perdemos la paciencia; sin pensar que esos recuerdos son todo lo que ellos tienen, todo lo que los acompaña cuando sus manos ya están cansadas, cuando sus ojos no ven de lejos y cuando parecen niños y no quieren comer.

Con paciencia, agradezco su compañía, por que no tengo la oportunidad de tener a los míos cerca. Reflexiono que cuando están cerca, los damos por sentado y cuando están lejos, extrañamos sus historias y sus recuerdos; sus manos arrugadas por los años, su cansancio y las pocas cosas que les quedan de ellos mismos.

Como él hay muchos, con miradas a veces ausentes y a veces presentes. Como él, hay muchos que desean ser escuchados. A veces, en la fogosidad de nuestra juventud nos olvidamos de que la de ellos se ha ido apagando y nos olvidamos de tener paciencia. ¿Cuánta paciencia nos tuvieron ellos? ¿Cuánto nos cuidaron? ¿Cuántos nos compraron los helados que no queríamos comprarnos o nos dieron más postre después del almuerzo? ¿a cuántos de nosotros nos hicieron más felices?.

La próxima vez que los veas, con los recuerdos presentes y con la mirada en el pasado; te invito a escucharlos atentamente, a mirarlos con emoción y a escuchar sus historias aunque te las sepas de memoria.


María E. Abissi