miércoles, 9 de diciembre de 2015

¿El día D?

María Esther Abissi

Te levantas con ese sentimiento que ya has tenido antes, no sabes si es miedo o es esperanza. Lo sabes, Laura, sabes que esta es tu última oportunidad, si todo sale mal te espera un avión con salida de madrugada, tres escalas y un bus hasta el destino final.
Ya tienes listos los papeles, sellados y apostilladas las notas de la universidad, pero el día de hoy podría cambiarlo todo. Hace un año te graduaste de ingeniero industrial ¿recuerdas ese día? Y un año después no has conseguido trabajo. Todos te dicen que no te preocupes, que todos están iguales: médicos, abogados, periodistas, ingenieros, nadie consigue trabajo. No eres tú, es “la situación”.

Estas cansada de “la situación”, pero es la única que conoces. Desde hace 17 años has visto pasar más de 20 días como estos: la misma tensión, el mismo miedo y al final, la irremediable desilusión. Recuerda cuando cumpliste 18 años, estabas esperando como hoy un cambio. Te inscribiste en el Consejo Nacional Electoral, pensando que tu voto marcaría la diferencia y luego de tres jornadas electorales en las que has participado sin éxito, comienzas a dudarlo.
Suspiras, la ansiedad te consume.  Recuerdas todas las veces que has pasado por esto, desde los francotiradores de Puente Llaguno, los muertos del año pasado, las barricadas, las escapadas de la universidad donde tragaste gas lacrimógeno; la botella de vinagre al lado de los lápices y los cuadernos, el terror por las noches, la ansiedad de las mañanas. Es tu momento, Laura, es tu única opción.

Te vistes de blanco, igual que las veces anteriores y desayunas en silencio. Tienes que ir en la mañana, recuerda los mensajes que te enviaron donde decía que mejor ir temprano porque los rojos tienen algo preparado para hoy. Mejor te vas de una vez. Llamas a tu hermano, que está que estalla de la emoción; son sus primeras elecciones, no lo desanimes, espera lo mejor.
Tu mamá te da la bendición igual que todas las mañanas: “Dios te bendiga hijita”, se despide y se va a cumplir ella también con aquel derecho que se ha vuelto un requisito. Ahora, más que votar porque es un derecho, se vota por presión social, porque si no votas traicionas a tu patria, aunque dudas en el fondo si realmente sirve para algo.

Sales de tu casa y ves a la gente electrificada, enérgica y esperas que todo valga la pena. Caminas una, dos, siete cuadras y sales a la avenida principal. Parece un domingo normal, no hay mucha gente y esperas que no venga ningún motorizado, comienzas a caminar. Respira, Laura, has repetido el proceso en tu cabeza más veces de las que puedes contar: Abajo, a la izquierda, en la esquina, Mesa de la Unidad Democrática, la de la manito, marcar todos, voto lista, Votar. Por un momento llegan a tu mente todos los mensajes que te han pasado, todos los mitos y los rumores; intenta sacarlos de tu cabeza, Laura, sabes que no sirven de nada.

Caminas veinte minutos por la parroquia Raúl Leoni, una hazaña que ni se te ocurriría en un día normal, pero hoy es un día completamente atípico. Llegas al preescolar “Los Angelitos”, ves la fila y te unes al resto de los 4109 electores de tu centro electoral. Espera, Laura, que la espera valdrá la pena.
Ves al Plan República, los militares enchufados caminando con sus pesadas botas a lo largo de la fila, amedrentando. Pasan los aviones militares por el cielo, tan bajo que hacen sombra, como todos los años en todos los procesos electorales. El sonido de sus turbinas retumba en tus oídos, Laura, pero estás tranquila.

Los minutos se vuelven horas y mientras pasan tú piensas ¿Por qué estás aquí Laura? No hay que forzarlo, los motivos hablan por sí solos. Estás aquí por la depresión de tu padre, a quién no le quedó otra opción que quedarse trabajando para el régimen y cuyos nervios se desasieron por completo mientras espera ver al gobierno algún día caer.
Estas haciendo esta cola porque el resto de tu familia se fue de tu país y la mitad de tus amigos, también porque quieres que a tu mamá le alcance el salario para comprar algo más que el pan y el queso de la semana y porque quieres poder cumplir tus sueños antes de que vuelen las próximas balas. Estas votando porque no quieres hacer filas de cinco horas para comprar un litro de leche, ni tener que comprarle a un revendedor los pañales de tu abuela; porque solo se consiguen en el mercado negro. Podrías estar pensando todo el día Laura, pero sin darte cuenta ya tienes una hora esperando y es tu turno de votar.

Te das cuenta, ya te toca. El militar con cara de perro te mira de arriba abajo y te hace pasar a donde te corresponde, mira a tu alrededor, Laura, llegó tu momento. Pasas por la capta huella y te indican que efectivamente votas en este centro y en aquella mesa, pasas a la máquina. Firmas, pones tus huellas. Estas nerviosa Laura, te tiemblan las manos. Respiras. Recuérdalo, te lo repetiste y te sabes la canción: Abajo, a la izquierda, en la esquina, Mesa de la Unidad Democrática, la de la manito. La adrenalina corre por tus venas y sonríes. Marcar todos, Voto lista. Presionas votar y sale la papeleta: “Mesa de la Unidad Democrática”, sale impreso. Mojas el dedo en la indiscutible tinta indeleble que delata tu derecho. Sales y pides a Dios que valga la pena <<Por favor, esta vez tiene que valer la pena>>.

Sales esperanzada, con el corazón en la mano. Caminas veinte minutos de regreso nuevamente y miras la ciudad con otros ojos. Recuerdas las elecciones presidenciales pasadas, ese sentimiento y esa tristeza, el 1.49% que te robó el futuro, las municipales del 2014, que te quitaron tu ciudad, las tres del 2010 que se llevaron a tu familia y esto te hace desesperar por un momento. Tranquila, Laura, ten paciencia.
Llegas a la calle 69B, donde está tu casa y esperas como todos, como los 30 millones de personas más que esperan que de esto salga algo bueno. En tus 22 años solo has conocido una realidad y es esta, ¿Dónde está ese país boyante del que todos hablan? Te preguntas, aquella que tenía el caballo en Vuelvancaras en el escudo, la que tenía el nombre más corto, esperas verlo algún día, ¿no es así? No estás tan segura.
Pasan las horas, una, cuatro, cinco, siete y mientras tanto, la ansiedad te carcome a ti y a todos los demás. Te dicen que hay tanquetas en la avenida El Milagro, te pasan videos de jóvenes peleando porque no los dejan votar, casos de votantes que aparentemente alguien más voto por ellos, militares en las calles y mientras tanto el balcón del Consejo Nacional Electoral sigue solo, vacío; no saldrá nadie en horas.

Son las 12:30 de la madrugada y sigues en vela, dando vueltas por la casa. La paciencia se agotó hace horas. Sigues con el televisor sintonizado en el mismo canal de las veces anteriores. Estas sentada en la misma cama, escuchando una y otra vez los comentarios de los periodistas que se esfuerzan por mantenerse al aire sin nada importante que decir. De pronto, escuchas esa narración tan esperada, a la que estás acostumbrada: “Esta es una transmisión del Ministerio del Poder Popular para la comunicación de la información y la red nacional de radio y televisión” Aparece el mismo balcón blanco de siempre, la misma rectora del CNE de siempre, bajando las escaleras con esa sonrisa que conoces y que sabes que no trae buenos augurios. Tranquila, Laura, no te desesperes, aún no es el momento. Recuerdas todo, recuerdas como llegaste hasta aquí y como ahora, el mismo sentimiento de tristeza, rabia, decepción y resignación te acompaña como todas las veces anteriores. “El avión me espera, esta era la última oportunidad” piensas.

Empieza a hablar Tibisay Lucena: 112 diputados para la Unidad, 55 del Partido Socialista Unido de Venezuela. Escuchaste bien, Laura, no es un sueño. Estas despierta, esto es real. ¿Ganamos? Te preguntas, ¿Ganamos? No lo entiendes. ¿Dónde está la trampa? Algo tiene que estar mal. ¿Ganamos? Te vuelves a preguntar. Sales de tu cuarto, confundida y ves a tu padre con esa sonrisa que no veías en meses, con esperanza en los ojos, lo ves radiante. ¡Ganamos! Te afirma mientras te abraza, ¡Ganamos!

Lo miras, ves a luz en sus ojos y te preguntas para tus adentros, ¿y ahora? ¿Qué hace uno cuando gana?

lunes, 2 de noviembre de 2015

El día que Nelson sacó la lengua

Nelson abrió sus ojos aquella mañana. No sabía dónde estaba, quien era ni como se llamaba y tampoco sabía por qué no podía moverse.
Tantas cosas pasaban por su mente; ideas que parecían muy cuerdas y otras, no tanto. Las ideas se formaban alrededor de una pregunta: “¿Qué me está pasando?” Pero nadie podía contestarle, no podía preguntar nada a nadie.

No lo recordaba, pero días antes un fuerte dolor en la costilla casi le cuesta la vida. Sus pulmones, luchaban por inhalar el 20% de aire que les cabía; cuando el liquido y luego el pus habían hecho estragos en su organismo, llenando vorazmente el espacio que le correspondía al oxígeno. Ahora estaba en aquel lugar desconocido y lo único que si sabía era que no podía moverse.
Tampoco había vivido nunca nada igual. No era común que se enfermara; uno que otro resfrío en el invierno y a pesar de que fumaba, sus pulmones siempre habían estado sanos, hasta ahora.

Desde hacía semanas, Nelson había estado asistiendo al EBAIS de Santa Bárbara de Heredia con algo que había comenzado como una gripe, pero que ahora el dolor se extendía por todo su pecho. En una de sus diez visitas al EBAIS, a algún médico se le ocurrió que lo que tenía era una osteocondritis, una enfermedad que no produce nada más que dolor en el cuerpo y que debe ser tratada con poderosos analgésicos.

Nelson temía ser uno más dentro de la lista de casos de mal diagnostico del sistema de salud costarricense, sin embargo; sus dolores habían cedido, producto de los analgésicos que en sus visitas le suministraba el EBAIS de Santa Bárbara de Heredia, sin tan siquiera mirar su historia médica. “Allá viene el osteocondritico”, “Tómese otro Tramal y vayase a su casa”. En una de sus diez visitas, una enfermera se le acercó y le aseguró que “si seguía respirando así, menos lo iban a atender”. Desde ese momento, empezó a formar parte del 7,3% de casos registrados por mal diagnóstico en los organismos públicos de salud de Costa Rica.
Lo que todo el grupo de enfermeras y médicos ignoraba, es que detrás de la respiración acelerada de Nelson se escondía una neumonía infectada y convertida en un empiema. De 1557 casos registrados, Nelson era el caso 1558 de la mayor causa de muertes por infecciones en el país.

Una mañana, Vanessa, el amor de bachillerato de Nelson y ahora su esposa, le pidió que por favor se fueran al hospital, en donde lo recibieron y donde también alguien que decidió salvarle la vida, ignoró el diagnostico osteocondritico y ordenó una radiografía.
Un mal diagnóstico complicó la vida de Nelson y un shock séptico impidió que éste se diera cuenta que estaba entre la vida y la muerte.
Era la primera vez que Vanessa veía al amor de su vida tan vulnerable, sobre la cama de aquel hospital; y se preguntaba si en algún momento saldrían airosos de la terrible pesadilla.
Los premios de publicidad internacional que había ganado y los días como profesor universitario, la carrera exitosa como publicista que había cultivado toda su vida había terminado. A los 55 años, Nelson sabía que hasta allí le habían prestado la vida.
Vanessa oraba pegada a una cama del hospital de Heredia y veía como un ventilador inflaba y desinflaba a lo que una vez había sido su esposo. Luego del shock, los médicos habían ordenado un coma inducido de cinco días; pero al quinto día cuando todo el medicamento que inducía la inconsciencia se había consumido, el cuerpo de Nelson decidió no despertarse, tirando la esperanza y a ratos la fe por la borda.
Una nube de terror y dudas se posaba sobre la cama de hospital de Nelson y un día, de la forma más impredecible abrió los ojos, sin poderlos mover a ningún lado.
A ratos, miraba al único lugar que le permitían sus ojos; el techo, y alucinaba tratando de descifrar el misterio en el que se encontraba envuelto. – “Estoy en una habitación a gravedad -7, por eso no puedo mover los brazos, me pesan demasiado” pensaba para sí mismo. Otro día pensó que estaba secuestrado y no entendía por qué no lo sacaban sus hijos de allí, si podían llegar a verlo ¿por qué no lo liberaban de aquel secuestro?
Conforme los momentos de lucidez cobraban vida, luchaba por manejar su cuerpo, sin entender aún lo que le estaba pasando.
Una mañana, luego de uno de los movimientos que le hacían los enfermeros cada dos horas, Nelson decidió que quería cambiar su mano de posición pero luego de horas de agonía, de sufrimiento y sobretodo de frustración, decidió objetivamente que iba a dejar su mano tal y como estaba, porque su mano era más poderosa que su voluntad.
Nelson se estaba rindiendo, se estaba entregando.
Sufría no poder comunicarse, padecía por no comprender que le pasaba. Vanessa, observando el terror en sus ojos le preguntó – “¿Tienes miedo?” Nelson, abrió sus ojos lo más que pudo, la única parte de su cuerpo que parecía estar viva, tratando de hacerle ver que no entendía nada.
Entonces, los médicos del mismo sistema de salud que lo habían condenado en aquella cama ignorando todos los síntomas, luchaban ahora por explicarle que luego del coma, estuvo inconsciente por siete días más produciendo amonio, una sustancia que produjo su cuerpo como un mecanismo de defensa, paralizándolo por completo.
Conforme su cuerpo reaccionaba, sus dolores también despertaban. En la habitación en la que se encontraba, se encontraban otros muchos pacientes; muchos entraban y salían y otros, entraban y lo último que veían al igual que Nelson era el techo de aquella habitación.
Un día, comenzó a oír una voz muy lejana entre la inconsciencia que le decía que sacara la lengua, “Nelson, saca la lengua. ¿Puedes sacar la lengua?” le repetía. No entendía por qué la voz le repetía que moviera aquel músculo, para el que se necesita que todos los músculos de la cara se muevan también y que además, es sinónimo neurológico de recuperación. “Nelson, saca la lengua”, la voz de Vanessa ahora sonaba más clara.

Con todas sus fuerzas, abrió la boca y la punta de su lengua se asomó entre sus labios.






María Esther Abissi.

martes, 29 de septiembre de 2015

Análisis de crónica: Caracas sin agua.

Apenas comencé a leer Caracas sin Agua, se vinieron a mi mente dos palabras: “Pérez Jiménez”. El gran dictador.
Durante las dos dictaduras de Pérez Jiménez el pueblo venezolano actuaba exactamente igual a como relata García Márquez en el relato y me pregunto si  esto ha cambiado alguna vez.
Las calles desoladas, la gente echando gasolina e ignorando la realidad: Caracas estaba quedándose sin agua.
Tal vez, desde un punto de vista estrictamente personal, esta crónica no habla más que de la realidad de los pueblos acostumbrados a los gobiernos patriarcales, por ejemplo; la señora que regaba las flores del jardín porque pensaba que en algún momento, el gobierno le tenía que solucionar.
Por nombrar algunos hechos, la gente haciendo fila ordenadamente ante una restricción improvisada, los periódicos auto silenciados a sus cuatro pobres páginas, y las radios fuera del aire, emitiendo nada más que estática.
Caracas sin agua relata vivamente la idiosincrasia del venezolano, una forma de pensar que lo sigue acompañando aún hoy,  57 años después.
La crisis del agua, fue una de las cuatro crisis que sacaron del poder a Carlos Andrés Pérez, un corrupto y dictador presidente; a quien a pesar de sus errores, los venezolanos exaltan por sus obras estupendas.
Parece, que exaltar dictadores después de muertos es algo que no se olvida.
La crónica narra el agudo y desesperante momento en el que una Alemán sucumbe ante una de sus necesidades más básicas: el agua y ante una también básica emoción, la desesperanza.
El alemán no entiende como al señora sigue regando las matas, tampoco entiende como nadie racionó el agua sabiendo que escaseaba “mientras haya agua, yo riego mis flores”, mientras sienta espacio, yo sigo preso en mi jaula.
Sorpresivamente, cuando llega la ayuda, aparecen como magia camiones cisternas por todos lados; a no sea que se les tumbe el negocio y como siempre, el tiro les salió por la culata.
La policía incauta camiones piratas,  vendedores clandestinos de necesidades básicas; quienes encuentran productos donde no hay.
El tema, no es el agua ni el desabastecimiento, ni tampoco es la gente haciendo cola para comprar dos litros de jugo racionado; el tema, es la idiosincrasia.
Todavía hoy, las masas escuchan estudiantes llenos de adrenalina sobre camiones cisternas desmintiendo rumores y pidiendo que publiquen una verdad sesgada y completamente polarizada en sus perfiles de Twitter. A la fecha, la gente sigue regando las flores en sus mentes, esperando que algún avión con agua llegue desde Panamá a salvarlos de la peste oficialista, leen aún los periódicos de cuatro páginas y escuchan la estática de las emisoras.
Esta crónica no pierde, ni perderá nunca su actualidad. Todavía hoy, Caracas continúa sin agua.

María Esther Abissi Pineda

 


Gabriel García Márquez, autor de Caracas sin agua, vivió en Venezuela entre 1858 y 1859, presenciando durante éste período la caída de Carlos Andrés Pérez. Allí, es donde crea esta pieza desarrollando así sus cualidades como cronista. Una crónica exquisitamente escrita, con detalles que según mi punto de vista, permiten al lector ilustrar en su mente no solo el escenario sino las emociones del protagonista y su angustioso peregrinar por una ciudad sin agua. 

martes, 1 de septiembre de 2015

"¡Qué grande Bolívar! ¡Qué hombre más valiente!

Las palabras se repiten una y otra vez y todos hacemos que no las hemos escuchado antes. Ya sabemos que viene luego; pero en este caso lo mejor es hacerse el sorprendido.

-"¡Qué grande Bolívar! ¡qué hombre más valiente!
-¡Si! ¿Demasiado verdad?
-"¡y al pobre que tan mal que lo trataron!...

De pronto, como sumergido en una nube de recuerdos se queda pensando, se ahoga en los pensamientos que le acompañan todos los días. Los recuerdo que su mente trae una y otra vez, los que su mente le repite y que para él, cada vez que regresan son nuevos; son escenas que aún no ha vivido.

- Bolívar fue un héroe. ¿Sabes quien también fue un gran héroe? ¡Antonio José de Sucre! -
Entre sus recuerdos, aclara con una voz firme: - Nosotros lo queremos mucho, ¡el Gran Mariscal de Ayacucho!, el ayudó mucho a Ecuador. ¡Qué amigo más fiel a Bolívar! y sabes, el fue a visitar a Bolívar a la Gran Colombia y cuando venía de regreso...venía por Berruecos - se interrumpe - y lo mataron al pobre Sucre, no pudo llegar a Ecuador. - admite con pesar.

De nuevo se queda pensando, recordando una vez más la historia; la historia de su país, su propia historia.
Más de una vez se queda ausente, entre el bullicio de la gente se reserva los comentarios; hasta que los recuerdos saltan y todos, le miran atentos; aunque ya conozcan lo que va a decir.

La ternura le inunda la mirada y se repite a sí mismo las mismas historias que guarda para siempre en su mente y sobretodo, en su corazón. Los mismos recuerdos de su familia, de su pasado, de sus nietos; los mejores recuerdos y los más claros, se los devuelven sus ojos una y otra vez, todos los días.

- Yo tenía un amigo venezolano, ¿Cómo era que se llamaba?...¡Peñalosa!..¿Qué será de la vida de mi amigo Peñalosa? Tenía dos chiquitas, ¡Lindas las chiquitas!. Recuerda con nostalgia, como esperando una respuesta; esperando que tal ves, le conociera.

Me asombran sus recuerdos, la claridad de ellos. Me impresionan los detalles y sobretodo, me da curiosidad cómo repite las mismas palabras, los mismos detalles. ¿Fueron esos momentos importantes? ¿fueron esas personas especiales en su vida? ¿qué marcarían esas canciones en su memoria? y ¿por qué las recuerda siempre? ¿son pensamientos al azar que busca en sus registros o tienen un sentimiento especial para él? ¿qué significaron para él? tal ves, me hago demasiadas preguntas.

Debajo de su manta observa pausado, escucha atentamente; a veces con una mirada ausente y de pronto, como si una luz le iluminara vuelve a recordar.

-¡Hay una canción venezolana que me encanta! - lo inunda la claridad de su recuerdo y entona perfectamente una canción que conozco y que jamás pensé que alguien fuera de las fronteras de Venezuela la conociera. Y comienza:

"Yo, nací en una rivera del Arauca vibrador, soy hermano de la espuma...soy hermano de la espuma y del sol...y del sol"- ¡Qué linda canción! ¡me encanta!. Yo, lo escucho detenidamente y finjo no haberlo escuchado antes entonarla. Me pide que la cante, que le recuerde la letra,  aunque para ser sinceros; yo tampoco me la se completa.

Lo observo y pienso ojalá algún día poder recordar como él, los mejores momentos de mi vida, los más felices, los más preciados. ¿Cómo es que dejamos de apreciar los momentos pequeños, si esos serán nuestros más valiosos recuerdos? ¿Cómo es que perdemos la oportunidad de escuchar o perdemos la paciencia; sin pensar que esos recuerdos son todo lo que ellos tienen, todo lo que los acompaña cuando sus manos ya están cansadas, cuando sus ojos no ven de lejos y cuando parecen niños y no quieren comer.

Con paciencia, agradezco su compañía, por que no tengo la oportunidad de tener a los míos cerca. Reflexiono que cuando están cerca, los damos por sentado y cuando están lejos, extrañamos sus historias y sus recuerdos; sus manos arrugadas por los años, su cansancio y las pocas cosas que les quedan de ellos mismos.

Como él hay muchos, con miradas a veces ausentes y a veces presentes. Como él, hay muchos que desean ser escuchados. A veces, en la fogosidad de nuestra juventud nos olvidamos de que la de ellos se ha ido apagando y nos olvidamos de tener paciencia. ¿Cuánta paciencia nos tuvieron ellos? ¿Cuánto nos cuidaron? ¿Cuántos nos compraron los helados que no queríamos comprarnos o nos dieron más postre después del almuerzo? ¿a cuántos de nosotros nos hicieron más felices?.

La próxima vez que los veas, con los recuerdos presentes y con la mirada en el pasado; te invito a escucharlos atentamente, a mirarlos con emoción y a escuchar sus historias aunque te las sepas de memoria.


María E. Abissi